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A lo largo del tiempo, los espacios urbanos han demostrado ser flexibles y adaptables a las necesidades cambiantes de las comunidades que los albergan. Parkings que se transforman en parques, antiguas fábricas reconvertidas en centros culturales o estaciones de tren abandonadas recuperadas para ser bibliotecas y mercados.
Todos estos cambios de función reflejan una tendencia hacia la recuperación de espacios para el disfrute social, el bienestar ambiental y la creación de áreas verdes que promuevan la interacción social, el ocio y la mejora de la calidad de vida en las ciudades.
Son, además, una respuesta directa a la evolución de las prioridades urbanas, en las que se busca un equilibrio entre comunidad y sostenibilidad. Al reimaginar estos lugares, se preservan y revitalizan áreas que de otra manera quedarían obsoletas, transformándolas en puntos de encuentro que enriquecen la vida urbana y fomentan un uso más consciente y ecológico del espacio.
Con los edificios pasa exactamente lo mismo. Los cambios de uso y función son comunes en muchas ciudades, con nuevas necesidades urbanas que pasan por la revitalización de zonas en desuso y la preservación del patrimonio cultural. Edificios industriales, naves o almacenes cobran vida como modernos lofts residenciales o galerías de arte y centros comerciales que impulsan la regeneración de barrios completos, atrayendo a nuevos residentes e impulsando nuevos negocios e iniciativas. Otros edificios emblemáticos, como estaciones de tren o iglesias, pueden convertirse en hoteles o museos, mientras transforman su rol en la comunidad sin perder su histórico valor patrimonial.
¿Pero qué ocurre cuando es solo una parte del edificio la que cambia de función? El impacto puede ser igualmente significativo, aunque a menudo más sutil. Esta multifuncionalidad mejora la eficiencia del espacio, promoviendo una mejor integración entre los diferentes sectores de la comunidad y maximizando el valor del inmueble.
Uno de los espacios más versátiles del edificio para realizar una completa transformación y otorgarle un nuevo uso es la cubierta. Su funcionalización pasa por la creación de nuevos espacios que permiten aprovechar al máximo este espacio tradicionalmente subutilizado, ofreciendo múltiples beneficios tanto a nivel ambiental como social.
Un cambio de función muy interesante es la incorporación de paneles solares en las cubiertas, lo que permite transformar estos espacios en fuentes de energía renovable. Al aprovechar la energía solar, los edificios pueden reducir su dependencia de combustibles fósiles, disminuir su huella de carbono y contribuir al suministro de energía limpia para la red eléctrica. Esta transformación no solo mejora la eficiencia energética del edificio, sino que también apoya los esfuerzos globales hacia un desarrollo más sostenible.
Pero para conseguir una cubierta solar partiendo de una cubierta plana tradicional, recuerdan desde AIFIm, la Asociación Ibérica de Fabricantes de Impermeabilización, es importante garantizar su correcto funcionamiento con un diseño y una adecuación que contemple un buen sistema de aislamiento e impermeabilización.
“La opción más ligera, económica y funcional es la instalación, sobre la superficie existente, de paneles aislantes capaces de mejorar la resistencia a la compresión (tanto de las placas solares como de las personas que los instalan o mantienen), aumentar exponencialmente la resistencia al punzonamiento, incrementar el aislamiento acústico y mejorar en gran medida la resistencia al fuego de la cubierta.
Sobre ellos deben instalarse láminas de impermeabilización de alta longevidad, concebidas expresamente para resistir la radiación térmica que producen las estaciones fotovoltaicas”, explican desde la asociación.
Otro uso innovador de las cubiertas es su conversión en espacios de ocio y disfrute, conocidos como rooftops. En las zonas urbanas, donde el espacio es limitado, estas áreas pueden convertirse en bares, terrazas, restaurantes o lugares de esparcimiento al aire libre. Los rooftops ofrecen a los ciudadanos vistas privilegiadas de la ciudad y un lugar donde relajarse, socializar o disfrutar de eventos culturales, todo ello sin abandonar el entorno urbano. Este tipo de adaptación revaloriza tanto los edificios como la experiencia de los usuarios, creando una nueva interacción entre la arquitectura y la vida urbana.
“Nuevamente, el aislamiento y la impermeabilización de la cubierta para adaptarla a su nueva función será primordial para que este espacio pueda brindar todas sus prestaciones sin riesgo de que provoque patologías en el edificio”, recuerdan desde AIFIm.
Las cubiertas ajardinadas también han ganado popularidad, brindando beneficios tanto estéticos como funcionales. Estos techos verdes ayudan a mejorar el aislamiento térmico de los edificios, reduciendo el consumo energético necesario para la climatización, ya que protegen del calor en verano y actúan como aislante en invierno.
Además, promueven la biodiversidad al ofrecer hábitats para aves e insectos en entornos urbanos densamente construidos. Estos espacios verdes también tienen un impacto positivo en el bienestar y la salud de las personas, ya que mejoran la calidad del aire, mitigan el efecto de isla de calor urbana y proporcionan un lugar donde los residentes pueden disfrutar de la naturaleza sin salir de la ciudad.
Este tipo de cubierta, cuando no ha sido diseñada para ejercer esta función desde la construcción original del edificio es la que más preparación del espacio requiere. Desde AIFIm, detallan que es imprescindible tener en cuenta la información de cimientos y sistemas para asegurarse del peso que puede soportar la cubierta y los materiales a utilizar ya sea para una cubierta verde extensiva, más bajas de peso y con menos mantenimiento o una intensiva.
Sea cual sea el tipo de cubierta verde, “la correcta impermeabilización del suelo que va a soportar la cubierta ajardinada es uno de los elementos clave. Existen distintos tipos de soluciones tanto líquidas monocomponentes, bicomponentes o proyectadas, como sintéticas y bituminosas y todas con certificado anti-raíces”, concluyen desde la asociación.
Este sistema se adhiere al soporte eliminando el riesgo de flujo de agua lateral bajo el sistema de impermeabilización. Con este sistema pueden prevenirse posibles pérdidas futuras que no se propagarán por debajo de la superficie y que pueden ser fácilmente localizadas y reparadas.
Finalmente, las cubiertas también pueden transformarse en sistemas eficientes de gestión del agua. A través de tecnologías como la instalación de superficies permeables o sistemas de captación de agua de lluvia, las cubiertas pueden retener, almacenar y reutilizar el agua para diversos fines, como el riego de áreas verdes o el abastecimiento de sistemas de saneamiento.
Estos sistemas, que crean cubiertas conocidas como blueroof, no solo contribuyen a la reducción del impacto de las inundaciones en ciudades, sino que también ayudan a disminuir el consumo de agua potable y fomentan una gestión más sostenible de los recursos hídricos. En conjunto, estos cambios en las cubiertas transforman lo que antes era un espacio pasivo en una infraestructura activa que responde a las necesidades ambientales y sociales del presente.
Sea cual sea la nueva función elegida, es importante contar con profesionales que preparen la superficie y la impermeabilicen con la solución más adecuada para que la cubierta disfrute de su nueva vida con todas sus ventajas y prestaciones.